En lo profundo del bosque está la Casa.

Casa Profunda es un espacio para conectar con la creación, ha nacido mucha inspiración y arte, les compartimos un poema hecho en Casa…

Se llega a ella por senderos estrechos que parecen más un laberinto que un camino. Al llegar se percibe la mezcla del pino y el eucalipto. Los yarumos se aprecian sobre el techo de la casa, e incluso se observan los “amar abollo”, flores endémicas hermosas que nacen en lo alto de los árboles. Quienes visitan la casa usan chaquetas, buzos y ruanas. Algún dramático, incluso, se ha visto con gorro y guantes. Las gentes que entran comparten, tomando café, chocolate o té, y en las noches de efusividad se vacían las botellas de vino y de hidromiel, la bebida de los dioses.

Huele a madera dentro de la casa, pero también a tierra mojada. El silencio sobrecoge el bosque, y a veces se cuela y se pasea por la sala, el pasillo y las habitaciones; a veces danza con el sonido de las gotas de lluvia al caer sobre el techo, o con la canción de los mirlos que se posan cerca. Ha escuchado tantas historias en casa.


En alguna habitación escuchó el susurro de quien confesaba a otro su deseo de escapar: tantos años viviendo una realidad que no era la suya, siendo una persona que no es. La casa sintió la angustia, la ansiedad de huir. “-Llévame contigo”,- dijo ella, que ahora era él. -Vámonos – respondió él, que ahora era ella. Solo la casa supo que el pacto se selló con un beso, uno que la sociedad rechaza.

También ha visto muchas cosas. Alguna vez, con la complicidad de la noche, el argentino entró a la habitación de la rumana. Ella lo esperaba con ansias, con deseo. Las paredes albergaban suspiros, gemidos, gruñidos y hasta maullidos. El techo de la casa recogió el sudor evaporado. Las ventanas, quién sabe si excitadas o pudorosas, se empañaron completamente.

Hubo una fiesta un día. Las personas celebraban, bailaban. Resonaban las carcajadas en medio del bosque. Aunque también, en el silencio del baño, una baldosa recibió dos o tres lágrimas de quien sufre sólo para sí. Los barranqueros en la copa de los árboles, fueron testigos del festín, de la casa acompañada, de la casa llena. La casa de todos. Hay quienes han bailado tango en la casa, y también polka y porro.


Hay quienes se han quedado meses buscando quizá alguna respuesta que en ocasiones la casa les proporciona. Algunos han renacido allí, han dejado en sus habitaciones el muerto a sí mismo del pasado.


La casa abre sus puertas a todos. Quienes la habitan, sin embargo, la dejan luego: atrás, olvidada, en lo profundo del bosque.


Un regalo escrito por: Maggiber Agudelo Cano

hola@casaprofunda.com

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